Los avances que se han alcanzado en los últimos años en oncología debido a la implementación de las técnicas genómicas y proteómicas nos hacen pensar que el prometedor mundo de la medicina personalizada, que puede sonar a ciencia ficción, ya es una realidad.
El uso de marcadores moleculares ha permitido identificar el fenotipo de los tumores, seleccionando así el tratamiento más adecuado para cada paciente, llegando en algunos casos como el cáncer de mama a un tratamiento prácticamente personalizado en base al comportamiento esperado de cada tumor.
En patologías de gran prevalencia como es el cáncer, realizar una subclasificación tan exhaustiva en base a marcadores celulares predictivos de un determinado comportamiento, puede interpretarse en realidad como el descubrimiento de nuevas enfermedades que afectan a un número mucho inferior de pacientes.
Como comentamos al hablar De la estrategia huérfana, las enfermedades poco frecuentes, conocidas como enfermedades raras, son aquellas que afectan a menos de 5 de cada 10.000 habitantes de la Unión Europea, y debido a esta baja prevalencia suelen ser patologías a las que se designan pocos recursos para su investigación, y por tanto en su mayoría no cuentan con mecanismos de diagnóstico y/o tratamientos satisfactorios.
Especialmente para estos pacientes, la revolución de la biotecnología supone un rayo de esperanza, puesto que en un contexto en el que la enfermedad sufrida por un paciente concreto será diagnosticada y tratada de una manera dirigida y personalizada, la prevalencia de una enfermedad no será nunca determinante para que reciba o no la atención adecuada.
El 80% de las enfermedades raras tienen un origen genético, por lo que los avances en la secuenciación genómica que hemos vivido en los últimos años, han supuesto un antes y un despues en el diagnóstico de patologías que en muchos casos se deben a modificaciones en un par de nucleótidos, cuya determinación era prácticamente impensable hace una década.
Del mismo modo, el uso de modelos animales basados en modificación genética (como los ratones knock-in o knock-out, generados por inserción o eliminación de un gen mediante ingeniería genética) ha supuesto un importante hito en la reproducción y desentramado de los mecanismos patológicos de cada síndrome o enfermedad, permitiéndonos identificar las dianas terapéuticas más adecuadas en cada caso.
Dentro de este concepto de la terapia dirigida, no podemos dejar de nombrar la revolución de los anticuerpos terapeuticos. Desde el año 1986, cuando Janssen comercializó Muromonab-CD3, el primer anticuerpo monoclonal para uso terapeutico, la evolución en las técnicas para producir anticuerpos de nueva generación ha superado todas las espectativas. Aquellas moleculas de origen murino que producían una importante reacción anafiláctica en el paciente han sido sustituidas por moléculas humanizadas mediante su producción por ingenieria genética, que conservando su actividad inhibitoria reducen al mínimo los efectos secundarios.
En el caso de enfermedades inflamatorias como Síndrome de Chron o Artritis reumatoide, el tratamiento con anticuerpos ha supuesto un cambio radical en la calidad de vida de los pacientes, y a la vista de los datos publicados en el informe de la Pharmaceutical Research Manufacturers of America, la revolución de los anticuerpos terapéuticos aún no ha terminado, pues de los 900 medicamentos biológicos que se encontraban en fases clínicas en 2013, más de 300 eran anticuerpos.
Cuando hablamos de nuevos fármacos dirigidos a la inactivación de vías patológicas, no podemos dejar de lado la tecnología del ARN de interferencia, que ya se está utilizando en ensayos clínicos para el tratamiento del ébola o amiloidosis.
Por el contrario, cuando el mecanismo molecular causante de la enfermedad es el incorrecto funcionamiento de una vía metabólica (por ejemplo, debido a la síntesis incorrecta de un precursor o una enzima) no podemos evitar pensar en el uso de proteínas recombinantes para subsanar esta deficiencia. Desde el año 1982, cuando Genentech produjo la primera insulina mediante la tecnología del ADN recombinante, se ha usado esta tecnología para el tratamiento de muchas enfermedades que hasta entonces no tenían tratamiento, como el Síndrome de Laron, la esclerosis múltiple o la hemofilia.
Por supuesto, si hablamos de grandes hitos de la biotecnología sanitaria no podemos olvidar la terapia génica, que cada vez se encuentra más cerca de ser una opción real en la práctica clínica. En 2012 la empresa holandesa Uniqure consiguió la aprobación de Glybera, el primer fármaco basado en terapia génica comercializado en Europa, dirigido al tratamiento de una enfermedad ultra-rara: la deficiencia de la lipoproteína lipasa.
Debido al gran potencial de esta nueva tecnología para la cura de enfermedades debidas a defectos genéticos, exiten numerosas terapias génicas que se encuentran ya en ensayos clínicos. ¡Y no tenemos que ir muy lejos para encontrar ejemplos!
Un grupo de investigación del CIEMAT se encuentra a la cabeza de un proyecto europeo para el tratamiento de la Anemia de Falconi, y en el Hospital Niño Jesús de Madrid ya se están realizando estudios clínicos con virus oncolíticos para el tratamiento de cáncer infantil.
Sin ninguna duda, las herramientas que la biotecnología ha puesto a nuestra disposición en las últimas décadas, ¡pueden y deben ser un rayo de esperanza para las enfermedades raras!
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La #Biotecnología por la #Esperanza de las #EnfermedadesRaras
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