LoNatural

Productos naturales, alimentos funcionales, medicamentos homeopáticos,…Últimamente se ha generado mucho debate sobre lo considerado «natural», y hasta qué punto se puede confiar en su inocuidad y/o eficacia.

A finales de 2013 se lanzó en blogs y redes sociales la campaña #NoSinEvidencia, impulsada por tres médicos de familia preocupados por la regularización de los productos homeopáticos por parte de la AEMPS (Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios) y culminada en un manifiesto.

De primeras, podría parecer que el manifiesto está en contra de la regularización de la homeopatía, pero en realidad se trata sólo de exigir un trato justo: lo que se reclama es que en el caso de aprobarse un medicamento homeopático, se haga bajo los mismos requisitos en lo referente a eficacia y seguridad que los exigidos para un fármaco alopático, término utilizado desde la homeopatía para caracterizar a la medicina convencional (la interpretación de la base científica para definir uno y otro método me lo reservo para otro post).

Desde mi punto de vista, aquellas empresas que promueven la realización de ensayos clínicos con productos homeopáticos con el objetivo de hacer que la homeopatía salga de la pseudociencia y gane reconocimiento, deberían ser las primeras interesadas en firmar este tipo de manifiestos.

No debemos olvidar que además de la demostración de los supuestos beneficios de un producto, también es importante demostrar que no produce efectos secundarios, entre los que incluiría no sólo los provocados por el uso del producto, si no tambien las consecuencias de dejar de tratarse con otros cuya eficacia sí esta comprobada… En muchas ocasiones se tiende a pensar que todo lo que se compra sin receta médica, “aunque no haga nada bueno, tampoco hará nada malo”, y señores, a veces lo que no engorda sí puede matar

Con esta reflexión, os vendrá a la cabeza la reciente polémica que ha rodeado a la dieta Dunkan, cuyo creador ha sido incluso expulsado del  Colegio de Médicos francés. La gran influencia de nuestros hábitos alimenticios sobre la salud es algo bastante admitido (con o sin evidencia científica), y el hecho de incluir unos u otros alimentos en nuestra dieta puede sin duda tener repercusiones importantes sobre nuestro organismo, ¿pero podría la alimentación considerarse en sí misma un tratamiento médico?

La preocupación sobre los efectos adversos del consumo habitual de complementos dietéticos o nutracéuticos, comercializados en la mayoría de casos sin ningún control, también está aumentando en los últimos años. Aunque su consideración de alimentos sólo exige para su comercialización cumplir con determinadas condiciones de fabricación, desde la AESAN (Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición) sí que se persigue la inclusión de propiedades saludables, que no hayan sido demostradas científicamente, en el etiquetado de estos alimentos funcionales.

Como os imaginareis, las triquiñuelas de algunas empresas para incluir mensajes subliminales en los envases son verdaderos trabajos de creatividad, como la inclusión de glóbulos rojos de fondo en productos que supuestamente mejoran la circulación arterial o la imagen de un cerebro en complementos vitamínicos dirigidos a estudiantes.

En realidad, conseguir la autorización para incluir en un nutracéutico un claim de salud, supone la generación de evidencia científica equivalente a la necesaria para llevar un fármaco al mercado, por lo que son pocas las empresas que se deciden a embarcarse en semejante reto. Sobre todo, si tenemos en cuenta que estos productos son en su mayoría de origen natural, por lo que su protección mediante patente es limitada, y una vez se considera demostrada una propiedad saludable para un producto, todos sus competidores podrán comercializarlo indicando en la etiqueta sus beneficios.

Si habéis podido tener en vuestras manos los estudios preclínicos de seguridad que se realizan en el caso de los fármacos, la conclusión fundamental que podemos sacar es que la toxicidad depende la dosis, y por supuesto, por muy natural que sea un producto, siempre existirá una dosis en la que sea tóxico.

Un ejemplo que demuestra la fina línea entre los productos naturales y los fármacos, es el de la melatonina. Durante muchos años, la melatonina se ha vendido en herbolarios en numerosos formatos y dosificaciones, utilizándose para conciliar el sueño en épocas de insomnio, por personas afectadas por el jet-lag, e incluso para relajar a niños hiperactivos. De pronto, a una empresa farmacéutica le dio por pensar que la eficacia de la melatonina para regular los ritmos circadianos podría ser suficiente para llegar a registrar un fármaco con este principio activo, y así lo hizo.

Tras realizar los estudios preclínicos y clínicos correspondientes, pusieron en el mercado un producto listo para administrar en dosis de 2 mg de melatonina, para el tratamiento de casos de insomnio, por supuesto, bajo prescripción médica. ¿Y entonces que ocurrió con los productos que ya estaban siendo comercializados?

Pues lo curioso del caso, es que todavía se pueden comprar estos productos de origen natural, siempre que la dosis recomendada sea inferior a 2 mg… Eso es, las pastillas de 2 mg se pueden comprar en farmacia sólo con receta médica, pero se pueden adquirir blisters, con varias pastillas de 1,9 mg cada una, en cualquier herbolario.

Por supuesto que el caso de la melatonina no es el único ejemplo de fármacos provenientes de productos naturales, de hecho, la gran mayoría de medicamentos proceden de compuestos ya existentes en la naturaleza, como pueden ser el ácido acetilsalicílico (principio activo de la aspirina, que ya se utilizaba para aliviar la fiebre en el siglo V a.c. en forma de brebajes obtenidos a partir de hojas y corteza de sauce) o el taxol (potente antitumoral que se extrae de la corteza del tejo), tampoco podemos olvidar a la biotech española Pharmamar, que obtiene antitumorales a partir de compuestos de origen marino.

Este punto también nos lleva a reflexionar sobre la legitimidad de empresas farmacéuticas para obtener un monopolio a partir de productos naturales que ya se han utilizado para una determinada indicación. Este debate se encuentra muy candente en países como Colombia o Brasil, donde existe una gran cantidad de compuestos naturales con propiedades medicinales, utilizados desde hace siglos por comunidades indígenas, y otros muchos aún sin explorar… Pero si no existe la posibilidad de proteger su uso mediante patente, ¿quién invertirá en la realización de estudios para demostrar su seguridad y eficacia?